Con la bendición del fuego en el exterior del templo y las luces apagadas en su interior, la comunidad de la tierra del alfarero, la parroquia eclesiástica San José de Catamayo, inició la celebración más importante del calendario litúrgico: la Vigilia Pascual, presidida por el párroco Pbro. Manuel Cabrera Jiménez.
Los monaguillos y el sacerdote ingresaron lentamente al templo con el cirio pascual encendido. La oscuridad fue cediendo su espacio a la luz de cientos de velas encendidas por los fieles. Frente al altar, la imagen de Cristo aún cubierta con un manto morado fue descubierta al mismo tiempo que las luces se encendieron por completo. En ese instante, el padre Manuel proclamó con fuerza:
“Cristo ha resucitado, ¡Aleluya!”
Durante la homilía, el sacerdote recordó que los católicos no creemos en un muerto, sino en un Cristo vivo que ha vencido a la muerte. “Ya no somos del Viernes Santo, somos del Domingo de Pascua”, insistió con energía ante un templo lleno. En su mensaje, llamó a los fieles a resucitar con Cristo, dejar el pecado y vivir con alegría y libertad:
“Qué bonito es que Cristo me toque, me cambie y me haga libre. Porque Cristo nos da la libertad, el pecado nos hace libertinos. Y no es lo mismo.”
Otro momento cargado de simbolismo fue cuando el padre Manuel roció con agua bendita a cada uno de los asistentes, como signo de renovación bautismal. Muchos feligreses llevaron botellas, botellones, vasos y baldes con agua para que fueran bendecidos durante la ceremonia. El padre explicó que es Jesús quien a través del ministro consagrado toca y purifica, y que esta Pascua debe ser un paso del alma: del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la oscuridad a la luz.
La noche de Pascua en San José de Catamayo no solo fue una tradición, fue un llamado a la transformación:
“Ya hemos pisado fondo, ya es tiempo de que Cristo viva en mí… y que tú vivas en Él.”