Y los ponchos dorados, tan elocuentes y fluidos en todos los medios, por demás conocedores de cuanta cláusula e inciso pueda existir en la Constitución de la República, y acaso también instructores de ética a tiempo completo, pero que al momento de ser llamados a rendir versión por sus actos delincuenciales y hasta terroristas, sacan del closet para vestir sus mejores ponchos, atuendos y coronas de plumas, pero se olvidan del Español y piden traductores para sus dialectos originarios.
Y así se debate el mundo en este país, entre la sinvergüencería, la delincuencia y la impunidad, y por sobre todo entre los falsos socialistas, esos que son dirigentes aprovechadores de las bondades y necesidades de sus representados, y de los beneficios que les corresponden a dichos representados, mientras hacen de su poncho un paño de lágrimas y de la bandera del Ecuador un trapeador, al mismo tiempo que los sufridores, aquellos que en muchos casos no han pisado el campo ni le han dado la mano a un campesino, mucho menos a un indígena, pretenden adorarlos, y se la pasan envidiando y criticando el dinero ajeno, en total sintonía con los planes maquivélicos de un prófugo frustrado, en busca de excusas y parodias para adueñarse de lo que no les corresponde, pero eso sí, sin hacer ningún aporte positivo al colectivo social ni al desarrollo del país.
Si pudieran comerse sus cánticos hipócritas y sus propias palabras desaliñadas, fueran obesos de ignorancia, maldad y odio, tal cual son inflados de soberbia, perversidad y falta de amor propio.
Si se piensa que la inmoralidad no tiene fronteras ni límites, pues sí los tiene: Al norte con Colombia y al sur y al este con Perú. Al oeste con el Océano Pacífico.
Y según su perspectiva, han venido a infringir la democracia y a destruir sus cimientos. Pues sepan que: «La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubieran permanecido dormidos» (Horacio).