“Cuéntese una historia real con ribetes de fantasía, que en los terrenos junto alas Canoas propiedad de Don Daniel Arias, en donde Gregorio Aguirre quien mantenía el terreno en calidad de arrimado, que se hallaba ubicado en el triángulo de la quebrada de Las Canoas, el Río Chichaza y el camino real que pasa por el sector, allí junto al camino se levantaba un enorme árbol de mango, quizá el más antiguo del valle, que para cubrir el grosor del árbol tenían que unirse cuatro negros fornidos con los brazos abiertos.
Lo sorprendente del árbol que ya no daba frutos a los vecinos si no sólo a los animales, duendes, diablos y otros bichos raros, por ser muy alto, frondoso y ruidoso, tapaba el camino al extremo que pasado las seis de la tarde ya nadie se atrevía pasar por debajo del árbol que a su vez era paso obligado, todos tenía que pasar por el camino especialmente los niños, cuando algún caminante forastero se atrevía pasar, recibía, ruidos, gritos, les botaban las frutas y luego de pasar por debajo del mango le daba mal aire que le atacaba en dolor de cabeza, nervios y resfríos.
Esto sucedía todos los días y por años, corrió la noticia por todo el valle sobre el mango encantado. Don Goyo en vista de las quejas del barrio, decidió tumbarlo para que se acabe este malestar y propuso a los vecinos para que echen el hacha al árbol, luego de varias propuestas al final nadie se atrevió aceptar la propuesta, nadie quería cometer ese sacrilegio de luchar contra los duendes y diablos que vivían en el mango, tenían mucho miedo que estas sabandijas se los comieran o los dejarán con ciertos embrujos del demonio.
Ante esta negativa se acordaron de Don Luís Modesto Santos, con la fama de que los Santos son hombres fornidos, papá trompón y que nadie ni nada les vencía, que no tenían miedo ni al demonio, Don Goyo le propuso el trabajo a Lucho para que tumbase el mango encantado, para dar fin al problema que causaba a los vecinos.
Sufrió algunos problemas como la pérdida del filo del hacha a cada rato, quizá por lo duro de las fibras de la madera, pero como era un negro de ñeque afilaba bien cada día y así lo derribó al árbol, luego fue cortándole por pedazos, haciéndole leña, cortándole para que nunca más aparecieran los duendes, ruidos y animales.
Despejó el camino dio paso a los caminantes, los duendes, diablos al ver al negro se espantaron y salieron como por encanto, y desde allí Don Lucho Modesto se pasea por el camino, orgulloso de haber tumbado al mango encantado.
Desde su casa que está frente al lugar del mango, mira con nostalgia y alegría al mismo tiempo, de haber sido el varón que echó al suelo el Mango Encantado, solamente sufriendo los achaques de la vejes y al haber recibido la maldición que nunca más podrá trabajar, que vivirá en ocio eterno”.