Hilda Rojas: La Guardiana de las Tradiciones de Catamayo

Con una vida dedicada a preservar y transmitir la cultura de su querido Catamayo, Hilda Rojas nos abre las puertas de su historia, una llena de trabajo, valores y recuerdos. Desde los tradicionales hornos de ladrillos hasta las recetas familiares del seco de chivo, su testimonio es una ventana al alma de un pueblo resiliente. Hilda comparte su legado de amor, esfuerzo y fe con una pasión que sigue viva a sus 80 años.

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En un rincón de Catamayo, donde el sol ilumina los antiguos hornos de ladrillos, Hilda Rojas, con 80 años y una memoria viva, relata su vida en el “Corazón del Alfarero”, como ella misma llama a su comunidad. Sentada bajo la sombra de un mango, con la mirada cargada de historia, Hilda nos invita a un recorrido por su pasado, un viaje que define no solo su identidad sino también la de Catamayo.

Hilda, nacida en Catacocha y criada en Catamayo, llegó en una época en la que “todo era monte y el parque solo era un terreno vacío,” como ella describe. Su familia, como muchas de la región, vivía de la agricultura y luego se estableció en el sector de los Tejares, conocido hoy como la cuna de la alfarería. Desde temprana edad, Hilda aprendió los secretos del oficio, acompañando a su padre y más tarde a su esposo en la elaboración de ladrillos y tejas. «Aquí el trabajo nunca para; hay que levantarse de madrugada para preparar el barro y hacer ladrillos de la mejor calidad», comenta, rememorando el esfuerzo físico y la dedicación que exige este oficio.

El arte de la fabricación de ladrillos ha sido, como Hilda relata, un legado que se transmite de generación en generación, pero que hoy enfrenta desafíos. “Antes, las familias de aquí vivíamos de los hornos. Los hombres, las mujeres, todos nos uníamos para amasar el barro y crear ladrillos que luego se quemaban en grandes hornos,” recuerda Hilda. Explica que hoy es más difícil encontrar tierra de buena calidad para hacer ladrillos como los de antes, un recurso cada vez más escaso y valioso en la comunidad. A pesar de los obstáculos, su determinación permanece firme: «Es duro, pero esto es lo que somos. En este barro están nuestras raíces y el trabajo de generaciones.»

Además de su labor como alfarera, Hilda es conocida por ser una excelente cocinera. “Aprendí con mi suegra. Ella hacía el seco de chivo y el naparo de una manera especial, sin lavar el chivo con limón como muchos hacen ahora. Así conserva su sabor auténtico,» explica. Esta tradición culinaria ha sido un vínculo especial en su familia, quienes, desde pequeños, han aprendido a valorar la importancia de preparar y disfrutar la comida casera. La familia Rojas se reúne en torno a la comida, y sus recetas no solo satisfacen el paladar sino que mantienen vivo el espíritu de una época.

La vida de Hilda también ha estado marcada por profundas pruebas personales. A sus 80 años, recuerda con emoción a su hijo Vladimir, quien padeció distrofia muscular desde los cuatro años. «Trabajamos día y noche para pagar sus tratamientos,» comparte con voz emocionada. A pesar de las limitaciones físicas, Vladimir tenía una mente activa y un espíritu poético. “Escribía poemas hermosos, llenos de vida. Ganó un premio en la radio, y aún guardo sus cuadernos llenos de poemas sobre Catamayo y la vida,” menciona. Su hijo, aunque ya no está físicamente, dejó una huella imborrable en su madre y en toda la comunidad. «Fue un ángel en casa,» añade con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Hilda también recuerda las tradiciones de antaño, como las fiestas de carnaval, las procesiones religiosas, y las historias que se compartían bajo la luz de velas. En esos tiempos, la comunidad entera se unía. «Antes, para el Día de los Difuntos, las familias se reunían y recordaban a sus seres queridos con rezos y colada morada. Había algo sagrado en esos momentos,» relata. También evoca cómo las familias compartían en los carnavales, donde la comunidad entera se mojaba y se ofrecían tragos como símbolo de amistad. Estas tradiciones han cambiado con el tiempo, y aunque algunas se mantienen, Hilda lamenta que muchas de ellas estén desapareciendo. «Es importante que los jóvenes sepan de dónde venimos, porque de lo contrario, perdemos nuestras raíces,” enfatiza.

Hoy, Hilda sigue siendo un pilar para su familia y para Catamayo. A sus 80 años, mantiene una fe profunda y una conexión especial con su comunidad. «Sin mi fe en Dios y en la Virgen, no hubiera soportado tantas pruebas,» afirma. Su vida es testimonio de un espíritu incansable y de un amor incondicional por su tierra y su gente. En cada ladrillo que hornea y en cada receta que prepara, Hilda perpetúa una tradición que sigue viva en Catamayo.