Presentación de la novela “sombras del salado”, obras literarias de la escritora, poeta y artista plástica Catamayense Judit Ruiz Celi, a cargo de Luis Antonio Quizphe.

0
94

Introducción: Por el año 1599 la ciudad de Zamora fue incendiada por el bravo jíbaro Quiruba. Del colosal flagelo, escapó un grupo de afros, con la Santa Cruz en sus espaldas, porque ella era el símbolo de la victoria sobre la muerte. El madero era rústico, echo de nogal por un ebanista inspirado en una primorosa esclava morena. La caravana huyó selva adentro, escaló la Cordillera Occidental, penetró en el nudo de Sabanilla y bajó con el río Cachiyacu, Palmira, Piscobamba, Chinguilamaca, Arenal y Boquerón hasta el valle de Garrochamba donde Mercadillo fundó La Zarza en 1546.

Porque el clima de la cuenca era similar al de Zamora y sus fértiles tierras prometían un futuro promisorio, los negros decidieron hacer su patria alrededor de esos verdes cenegales donde más tarde llamarían El Salado o Valle Hermoso, greda prometida adonde relucirán sus costumbres, sus tradiciones y su cultura, en un radio de 10 km a la redonda, donde están: La Vega, El Tingo, Catamayito, Guayabal, Trapichillo, La Toma.

Lo primero que hicieron los afros fue instalar un santuario rústico en esa tierra baldía para rendirle los homenajes de un culto permanente a la Santa Cruz que les salvó de las infernales llamaradas y de la esclavitud de los españoles. Allí vivieron felices desde 1600 a 1900, aunque todo cambió con la intromisión de los patrones lojanos que se adueñaron de esas tierras baldías e impusieron viejas costumbres feudales como los mandos, los cariños, los quince.

Judih Ruiz vivió su niñez y su juventud junto a este grupo humano venido desde Cumbinamá, por eso recrea esa vida con tanta verosimilitud dándonos la impresión de que es una raza que no ha muerto, que aún está entre nosotros comiendo la yuca, el camote, la zarandaja, el choclo morocho, el seco de chivo y, para que éste no patee, un jarrito de guarapo o una fuerte punta de aguardiente.

Breve interpretación de la novela

La historia de la novela empieza con el viaje de Vicente Borrero, joven de 25 años, único heredero de la hacienda Ballesteros de El Salado. Viaja con su criado Pedro a mula desde Catamayo a Machala, de aquí en barco a Guayaquil, luego por tren a Quito para casarse con María de los Ángeles. Antes de hacerlo, viaja a EEUU para curarse de una sífilis. Regresa a Quito desahuciado a contarle a su novia la tragedia, quien lo rechaza. Vuelve a Catamayo, donde se suicida.

La hacienda Ballesteros pasa a otros dueños, siendo el último don José María Eguiguren, padre de Ágreda María, que será esposa de Benjamín Carrión. Aquí se arrimaron las familias Chávez, Santos,

Martínez y Méndez, quienes siguen con la de devoción a la Santa Cruz, haciéndolo cada primero de mayo con bailes, esgrimas y comilonas. Y, desde 1850 a 1900, mantuvieron la fe en la Virgen Inmaculada tallada en bronce que los lojanos la trajeron desde Múnich y la colocaron en la loma del Pedestal como guardiana de los liberales.

La negra Elena Méndez lidera el peregrinaje a la Virgen Morena, cada último día de mayo con actos religiosos. Desde El Salado iba la caravana por el camino de herradura con caballos y burros cargados de guineo, yucas, camotes, frutas, el rico seco de chivo, tamales, zambates, guarapo y trago de caña para disfrutar con los priostes y la comitiva. Se destaca el matrimonio de Benjamín Carrión con la hija de su patrón que se realiza en la Capilla Vieja hecha por los Jesuitas en la hacienda Ucaranga (La Toma). Luego se da el pomposo matrimonio afro entre Rosa Sánchez y Roberto Ramírez, del cual Elena es la madrina.

Un hecho singular es el juramento que hace Juliano para vengarse de la mentira de Regina quien ante el patrón le acusa de haberse robado la Chiva Negra. El patrón le castigó en el cepo y al fin descubre que Juliano era inocente. Una tarde cuando Regina venía de una pela de chancho, en la quebrada Las Sotas, de un solo machetazo le cortó la cabeza y le sacó la lengua para comérsela en casa; luego huyó a la costa.

Una noche José María Riofrío, cerca del Pucará ve arder una huaca, que según la creencia era la “Corona del Reino Incaico”. Cava ilusionado para salir de la pobreza, sin éxito alguno. Otro hecho singular es la reunión de los músicos Carlos Chávez, Manuel Antonio Aguirre, Juvenal Carrión, Manuel de Jesús Beltrán y el profesor Palacios, quien delante de ellos ingiere veneno y muere al acto.

La escuela unidocente queda sin profesor. Luego la comunidad de La Vega se organiza para construir el local, empresa que la cumplen con ayuda del alcalde de Loja, quien les asigna a la profesora Guillermina Suing, luego a los maestros Vicente Rodríguez y Marcos Girón. Se detiene a contar la vida en la escuela de campo como las excursiones a lugares vecinos, las travesuras de los niños, la sabiduría del profesor.

También narra dos hechos singulares: el falaz destino del negro Chiriboga que es llevado por la corriente de una quebrada hasta el rio Grande y el fiestón que se arma por las bodas de plata del negro Adolfino y su esposa Sonia.

Concluye la historia con leyendas y anécdotas de El Salado como: El muerto de El Tingo, El caballo del Diablo, El árbol embrujado, El carro del Diablo, El encuentro con el Diablo, La curandera, Los juegos de la pelota, el billar. Se cierra la novela con los versos del trovador del pueblo don Víctor Valdivieso y la autora da el toque final con el poema Éxodo de El Salado.

El libro tiene muchas virtudes que incitan a la lectura: sencillez, retazos históricos, desbordamiento poético, ritmo y fonación que agrada al oído, nostalgia de una estirpe que se resiste a morir, adecuada estructura lingüística-morfosintáctica. Está implícito la introducción, el desarrollo, el clímax y el desenlace. Todo enmarcado en un escenario con una riquísima toponimia, personajes con su negritud a flor de piel y con una cronología acorde a las circunstancias.

Sombras de El Salado es una historia cargada de nostalgia. Da a entender como la  aparición  fantasmagórica  de  la  imagen  de  un grupo humano ausente o difunto. Aunque todavía palpitan los genes de los Chavéz, de los Méndez, de los Sánchez, de los Martínez, de los Riofrío, de los Ramírez, de los Santos, de los Valdivieso, de los Quinde. Por aquí brilla la piel canela, flamea la cabellera ensortijada junto a su cultura, amalgamada con la de las paltas, de los malacatos, de los colambos, de los quilangas, de los nambacolas y de tantos más.

¡Qué bien que hiciera a la niñez y juventud si el libro estuviera en el aula! Porque no solo que conocerían su propia tierra, sino que gozarían de su belleza literaria.

Ahora, doña Judith Ruiz Celi entra a la estirpe de los escritores lojanos. No solo que se suma a las más de 70 novelas escritas, sino que debería ser arte y parte del Plan Lector Institucional de todos los centros educativos de Loja y el país.

Admiro la sensibilidad de la alcaldesa que ha permitido dar cabida al vuelo de la imaginación y la inteligencia que se ha plasmado en un libro, el que, sin duda, pronto llegará a la niñez y juventud de Catamayo. Su actitud se suma a la de alcaldes que quedaron para la historia como Manuel Andrade de Espíndola, Jorge Luis Feijoo de Catacocha, Wilson Córdova de Alamor, Álex Padilla de Cariamanga y ahora Janeth Guerrero de Catamayo, que están convencidos de que el progreso de un pueblo se mide en dos direcciones: desarrollo material y espiritual.