En la parroquia urbana San José de Catamayo, hay un puente que todos conocen como el «chueco». Pero detrás de ese símbolo hay una historia recta, firme, construida con las manos y el corazón de uno de sus primeros moradores: don José Ángel Zaruma, un líder comunitario que ha entregado su vida entera a esta tierra.
No nació en Catamayo, pero Catamayo lo adoptó desde los seis años y lo convirtió en hijo propio. Llegó por el reumatismo de su madre, buscando un clima que sanara. Y lo hizo. A medio año, ella caminaba de nuevo. Así empezó la historia de don José Ángel Zaruma en esta tierra cálida, con aroma a panela y a pan recién horneado.
Vivió primero en el “Hueco Alegre”, un sitio entre quebradas y sueños, donde la lluvia bajaba con fuerza, pero no tanto como las ganas de vivir. Estudió en una escuela de adobe, con piso de tierra y una peña de fondo como muralla natural. No usaba zapatos, pero sí tenía metas. Con seis adobes ganaba su almuerzo, con diez, el respeto de su padre. Y así aprendió que la vida se construye a golpes de barro y responsabilidad.
“Yo no nací aquí, pero me siento más catamayense que muchos”, dice con orgullo. Su padre fue albañil, constructor de casas y sueños. Él mismo fue niño obrero, estudiante en la mañana y moldeador de adobes por la tarde. A los 16 años ya levantaba paredes en Chaguarpamba, y a los 21 ya era esposo y padre de familia. Perdió a su primera esposa muy joven, pero encontró en su segunda compañera el verdadero respaldo de una vida comprometida con el servicio.
Don José fue pieza clave en la parroquialización de San José. “No lo hice solo”, repite como mantra. “Lo hicimos con mis compañeros, con las vecinas que preparaban empanadas, con el pueblo que trabajaba por amor, no por dinero.” Bajo su liderazgo se construyeron el parque, la iglesia, las vías, el orgullo.
En su voz se mezclan la sabiduría, el humor y la historia viva. Recuerda cuando compraron el terreno a la Asociación Agrícola, cuando se pelaban chivos para las fiestas, cuando bajaba a “La Villa” y una noche lo espantó una figura blanca que lo siguió hasta su casa. “Me boté al portón y esa cosa pasó por encima… fue lo que me hizo dejar el vicio”, cuenta riendo. Y todos reímos con él, porque no hay mejor anécdota que aquella que te cambió la vida.
Hoy, con varios hijos, nietos y bisnietos —»ya me alcanza para un jardín y un equipo de fútbol», bromea—, don Ángel sigue siendo un referente. No por lo que dice, sino por lo que ha hecho. Porque lo suyo no es palabra suelta, sino testimonio encarnado.
Cree en Dios, en San José y en el poder de la comunidad. Pide a los dirigentes actuales que se unan, que convoquen, que sigan el ejemplo. “Un presidente solo no hace nada. Se necesita al pueblo”, dice con firmeza.
Y así, entre risas, fotos viejas y un café con panela, se va escribiendo la historia de un hombre común con una vida extraordinaria. Don José Ángel Zaruma, el hombre que moldeó en barro su destino y el de su barrio.
FRASES CÉLEBRES DE DON JOSÉ ÁNGEL ZARUMA
“No lo hice solo. Lo hicimos con mis compañeros y el pueblo.”
“A los seis adobes, almuerzo; a los diez, respeto.”
“En mi tiempo, la minga era con café y empanadas, no con dinero.”
“Lo importante no es figurar, es servir.”
“El puente puede ser chueco, pero la intención fue recta.”
“Cuando uno se une, se construye hasta una parroquia.”
“A mis hijos les dejo mi historia como testimonio, no como cuento.”